Comentario
París, sin duda la más importante ciudad francesa del momento y centro cultural europeo de primer orden, con una Universidad, de prestigio a la sazón suficientemente consolidado, va significándose durante el siglo XVI como eje y médula del proceso de centralización señalado. Será con Enrique IV y su primer ministro Sully, en la primera década del siglo XVII, cuando se transformará en auténtica capital moderna; se trata ya de una planificación de amplio alcance, cuyos presupuestos y directrices caen dentro del mundo barroco. No obstante, experiencia y disponibilidad de terrenos son proporcionados por obras como el proceso Louvre-Tullerías o las de algunos castillos reales en torno a París.
En función de su floreciente comercio, Rouen obtiene en 1517 todo tipo de concesiones para la construcción de un nuevo puerto: Le Havre. Diversos avatares legales y de especulación de terrenos, hacen que Francisco I, en 1541, asuma de nuevo el control de este contencioso, encargando al ingeniero italiano Girolamo Bellarmato la construcción del pretendido puerto y de la ciudad aneja al mismo. Esta adquiere la forma de un cuadrado, que es diagonalmente atravesado por la más ancha de las calles, disponiéndose en su centro una plaza rectangular; su perímetro es dotado de nuevas fortificaciones y se regulariza la distribución interior, formándose un damero con el caserío y la red viaria. Por tanto, criterios utilitarios e ideas de regularización y fortificación.
Utilizando uno de los brazos del puerto como engranaje, respecto al núcleo anterior, se construye el barrio de San Francisco, también de distribución reticular, cuya vía principal forma un eje perspectivo que se proyecta hacia la iglesia del citado Santo, que adquiere así un carácter objetual en el contexto urbano.
La prosperidad de Lyon se inicia en 1462 al convertirse en sede de las ferias de la Champaña; luego pasa a ser la capital de la industria tipográfica francesa e importante centro productor de sedas. Sin un plan unitario, con todos los condicionantes de la ciudad preexistente y sin plantearse una jerarquización de espacios públicos, Lyon se desarrolla rápidamente durante la primera mitad del siglo XVI, ocupando la mayor parte de la península en la confluencia de los ríos Ródano y Saona.
En 1562-63, y por razones estratégicas, se lleva a cabo la ordenación urbana de la punta meridional de la citada península, abriendo una plaza de armas, la plaza de Bellecour. Esta es unida al resto de la ciudad y al puerto sobre el Ródano -reconstruido en 1560- mediante calles perspectivamente trazadas. De este modo, la ingeniería militar introduce en Lyon un episodio regularizado, que será punto de partida de las posteriores ordenaciones barrocas.
Los ideales de la ciudad fortificada cristalizan en las realizaciones del ingeniero boloñés Girolamo Marini que, por orden de Francisco I, proyecta en 1545 las ciudades -concebidas como plazas fuertes- de François y Villefranche-sur-Meuse; en ambos casos, se sigue una planificación regular y de conjunto. Vitry está formada por dieciséis manzanas cuadradas, con una gran plaza central de análoga forma. En Villefranche, mucho más pequeña que la anterior, la función militar predomina absolutamente sobre las demás. A partir de 1555, Rocroi adopta la planta pentagonal, en la misma línea militar.
Los numerosos tratados escritos entonces sobre técnicas de fortificación son la base teórica de los hechos urbanos comentados, haciendo realidad las ciudades-máquinas de defensa, que suponen el ocaso de los programas humanísticos de la ciudad laica. La idea de que el teórico militar, y sólo él, es el nuevo científico de los fenómenos urbanos, como afirma Tafuri, campea sobre la tratadística de esta índole, como, por ejemplo, en las obras de los italianos Maggi (1546) y Bellucci (1598), o en la del francés Perret (1604).
Nancy, según el diseño del ingeniero militar Girolamo Citoni, sufre una intensa intervención que, a partir de 1588, regulariza el núcleo medieval, del que son conservadas algunas partes, para formar una nueva ciudad fortificada; es una gran operación programada y autoritaria que, de algún modo, anuncia realizaciones como Charleville (1608-1620), por lo que de programa unitario tiene. Esta última sigue un trazado en damero, pero organizado en función de las plazas monumentales de que es dotada, una principal y cinco secundarias, que dan un carácter áulico a todo el organismo de la ciudad; el sentido interventor del Barroco se hace aquí patente.
Las entradas reales en una ciudad son seguramente los acontecimientos festivos más propicios para las comentadas transformaciones urbanísticas, mediante todo tipo de arquitecturas efímeras que, por sí mismas y como marco urbano, pretenden plasmar el ideal del clasicismo. Una imagen como la elaborada para la entrada de Francisco I en Lyon, de 1515, carece aún de cualquier sentido clasicista y de toda connotación de triunfo humanístico, en relación con la Antigüedad, sus mitos y héroes. Su sentido alegórico es medieval, de significación dinástico-religiosa: una gigantesca flor de lis sostiene al rey, coronado por ángeles y flanqueado por las figuras de Francia y de la Gracia de Dios, con Lyon y la Lealtad en la parte inferior.
Como plena expresión del camino recorrido desde la entrada anterior, ya la de Enrique II en Lyon, de 1548, se realizó al estilo antiguo, que fue seguido, asimismo, al año siguiente, en la del mismo rey en París. De la continuación de esta trayectoria clasicista, son buenos ejemplos los arcos levantados en París para la entrada de Carlos IX, en 1571. Para ésta, además, fue realizada la perspectiva serliana, luego grabada por Simon Bouquet.
Desde la publicación, en 1545, por Sebastiano Serlio en su tratado, de perspectivas urbanas como propuestas de escenificaciones, éstas eran denominadas perspectivas serlianas. La de 1571 que nos ocupa, en el contexto de las Guerras de Religión señalado, supone la alianza entre la Corona y la ciudad (París en este caso), para esta celebración, colaborando en una programación conjunta artistas vinculados a la corte (el poeta Ronsard, el escultor Germain Pilon, el pintor Niccoló dell'Abate), bajo la coordinación general del citado Bouquet, grabador, poeta y humanista, pero que era asimismo concejal de París. Todo tenía que rezumar la paz y armonía logradas, y que, en la pintura de esta perspectiva urbana, manifestaban una serie de figuras alegóricas (Piedad, Justicia, Felicidad, Abundancia y Paz) en torno a la sedente del centro, que representa la Majestad.
Aunque no se trate de una propuesta urbanística, son de enorme interés las ideas de Rabelais contenidas en su "Gargantúa" (1534) y referidas a la Abadía de Théléme. Se trata de una utopía de neto sentido manierista, es decir, de carácter irónico-crítico respecto a aquéllas de presupuestos clasicistas; tiene una clara concreción arquitectónica y una ubicación en un lugar preciso. Se describe un edificio hexagonal provisto de torres cilíndricas, a orillas del Loire, con nueve mil trescientas treinta y dos habitaciones; un enorme patio exhibe en su centro una torre de alabastro, coronada por las Tres Gracias, con cuernos de la abundancia, despidiendo agua por pechos, boca, orejas, etc. Frente a las utopías habituales, presididas por una ideología donde dominan criterios éticos y de justicia, Rabelais propone el juego, la diversión y la cultura, como motivos orientadores de la vida; es decir, Théléme, como espacio lúdico y sin normativa alguna, se convierte en escenario perfecto para la fiesta y la cultura celebrativa, temas absolutamente gratos al Manierismo.